En la antigua Grecia, los primeros Juegos Olímpicos, celebrados en el año 776 AC, no sólo eran pruebas de fuerza y ​​agilidad, sino también celebraciones de belleza y elegancia. Estas competiciones, dedicadas a los dioses, en particular a Zeus, tenían lugar cada cuatro años en Olimpia.

Los atletas, a menudo considerados héroes, se perfumaban con aceites aromáticos antes de sus pruebas, creyendo que estas preciosas esencias, como la mirra o el aceite de ciprés, les aportaban fuerza y ​​protección divina.

Durante los Juegos también se utilizaron diferentes plantas para confeccionar las coronas que se otorgaban a los campeones. Cada uno tenía un fuerte simbolismo: el laurel se asociaba con la gloria y el honor, el pino simbolizaba la longevidad y la inmortalidad, mientras que el mirto representaba el amor y la belleza.

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